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El estrés causa exceso de peso

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«Aprender a frustrarnos… a que no somos los únicos…. a que puede haber esperas que se hagan largas y hay qe armarse de paciencia.» Es un buen comienzo para saber sostener el estrés.

Fisiológicamente el estrés es una reacción orgánica y hasta sana de defensa ante ciertas amenazas. Cuando el organismo percibe un peligro potencial, las glándulas suprarrenales liberan adrenalina y cortisol (hormonas del estrés), que hacen que se acelere el corazón para bombear más cantidad de sangre hacia los músculos y otros órganos. Cuando desaparece la amenaza, el cerebro envía la orden de parar y el organismo vuelve a la calma.

En teoría, lamentablemente esto no sucede así, porque con frecuencia nos cuesta regresar a la normalidad y, ese estrés mantenido en el tiempo,  es el efecto negativo del estrés.  Cuando leemos, escuchamos y, hablamos de estrés, creemos que es nuestro peor enemigo, pero efectivamente todo depende de la magnitud negativa del mismo, depende de su intensidad, de la frecuencia y de cómo lo gestionamos.

A partir de conocer las estadísticas mundiales sobre el número de habitantes con estrés, encontramos números alarmantes, y es donde los científicos y epidemiólogos se paran para realizar una lectura sobre donde puede estar una de las claves de la epidemia de sobrepeso que también existe mundialmente, en donde algunos países, por ejemplo, afecta al 60% de la población.
La obesidad es una de las consecuencias que tiene ese estado de tensión agobiante.

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Además de encontrarse comprometidos aspectos fisiológicos que se modifican, debemos tener en cuenta las acciones que llevamos a cabo cuando estamos estresados, la necesidad de ingerir alimentos ricos en grasas saturadas o azucares para que nuestro cerebro libere neurotrasmisores que aliviaran dicha ansiedad. Las situaciones de estrés, que directa o indirectamente suelen influir en nuestro estado de ánimo, modulan la ingesta de alimentos empujándonos a que comamos por exceso o por defecto. A través de la comida conseguimos aliviar o evadir sensaciones negativas; y que generalmente optemos por un determinado tipo de productos (altamente calóricos) viene dado por aspectos sensoriales (suelen ser más sabrosos), de privación (las personas que hacen dietas evitan estos alimentos y por tanto incrementan su deseo por ingerirlos) y biológicos/nutricionales, asociados a las sustancias que los componen y su efecto sobre el ánimo«. Cuando utilizamos la comida como válvula de escape (ingesta emocional), elegimos el dulce porque es agradable para el paladar, y una manera de paliar situaciones de ansiedad o desánimo por el placer que genera.

Otro efecto negativo del estrés crónico es que el mismo, también afecta al sueño (en cantidad y calidad), hasta el punto de que las mujeres de mediana edad duermen como los mayores (que necesitan menos) o como los insomnes. La corta duración del sueño se asocia a una mayor ingesta calórica total, a dietas con más grasas y menos proteínas y a reducir frutas y verduras.

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Todos estos factores, predisponen a la obesidad y a desarrollar enfermedades relacionadas como diabetes o hipertensión. La sobrealimentación cumple su función a corto plazo (proporcionar un subidón de energía en un momento determinado) y la hemos adquirido como una respuesta eficaz, pero a la larga genera muchos problemas.

Debemos tomar conciencia de que el estrés es una reacción normal a la que hay que adaptarse. Después, evaluar las situaciones (si son o no estresantes), y activarnos solo ante las que de verdad lo requieran. Y, por último, aceptar una situación si no podemos cambiarla.

El estrés altera los niveles hormonales, lo que provoca una bajada de defensas que a su vez disminuye la producción de saliva. Esto hace que los ácidos sean más agresivos, ataquen el esmalte y favorezcan la caries, por ejemplo. Encima, produce bruxismo: rs frecuente en personas con estrés y acarrea desgaste dental, dolor de cuello y cefaleas, además del incordio de la halitosis, porque las alteraciones hormonales reducen la cantidad de saliva secretada.